El amor sin condiciones: En la familia y el entorno social (por Esperanza Chacón)

Written by Transformandonos

Después de un taller sobre educación alternativa, una mamá se acercó y compartió unas preguntas: Si el amor es la aceptación a la otra persona, ¿cómo vivirlo en la cotidianidad del hogar? Lo que la mamá me manifestó es que una cosa es la teoría y otra la praxis en la convivencia familiar. Además quería saber cuáles son los indicadores para amar sin condiciones. Estas preguntas me inspiraron aproximaciones.

La fuerza del amor
El paradigma que respeta los procesos de la vida es integral. Por consiguiente, aborda los diferentes tópicos de forma sistémica. El eje de la interacción social es la fuerza del amor, bioenergía creadora, generadora y transformadora de vida, sin la que estaría en riesgo nuestra existencia.

Nosotros seres humanos como mamíferos venimos de una madre. Desde el momento de la fecundación hay manifestaciones de aceptación mutua- amor -, al establecer un vínculo vital entre madre e hijo. La mamá es un manantial de caricias y ternura, es ella quien proporciona un amor auténtico que nos hace sentir bienestar. No hay persona que pueda sustituir este afecto, únicamente una madre amorosa y tierna.

Es hermoso imaginar que el milagro de la vida fue posible por esta fuerza. Todos los seres humanos somos hijos del amor¹ , somos seres interdependientes. No podemos acariciarnos y proporcionarnos afecto solos, siempre lo recibimos de alguien que tiene el deseo de estar con nosotros para juntos corazonar². Entonces dependemos absolutamente del afecto que la otra persona nos proporciona para cubrir esta necesidad básica – en el caso de los hijos y las hijas son los progenitores (o los adultos que asumen la responsabilidad de su cuidado y protección).

Las relaciones sociales están en mayor o menor grado cubiertas por esta emoción básica, el amor, que permite corazonar (se refiere a lo intuitivo emocional, término utilizado en grupos humanos ancestrales), siendo la que prevalece en las relaciones sociales. Es el amor lo que permite la coexistencia entre las personas en un espacio social, sea este la familia, una comunidad intencional o ancestral.

En el libro Amor y juego, Humberto Maturana expone como premisa principal, que “El ser humano es constitutivamente un ser social, que no existe fuera de lo social”.

Esta característica social tiene su razón de ser, en el momento que las personas nos relacionamos mutuamente, es en el deseo de querer estar juntos, que tenemos la oportunidad de dar y recibir amor.

El amor se torna tangible y concreto al recibir contacto físico (contacto piel con piel). La caricia es el nutriente principal para el ser humano en todas las etapas de su vida. Arthur Janov, en su libro la Biología del Amor, lo lleva al plano de necesidad biológica. Todas las señales y manifestaciones de amor se plasman en “el deseo de querer estar y tocar a la otra persona”, afirma que la dopamina aumenta con los abrazos.

El primer contacto en la relación con la otra persona es visual. Una mirada, expresa una consideración hacia el otro y es vital. La Luz de unos ojos que saben mirar, reflejan el mundo de las emociones: iras, celos, tristeza, dolor, miedo, placer, ternura y alegría.

El amor se manifiesta como “un estado de embelesamiento mutuo” y surge de la decisión de querer o no querer. Muchas veces son expresiones afectivas espontáneas e impulsivas.

Los estudios sobre neurobiología evidencian que las implicaciones son a todo nivel. Por eso, es necesario hacer una descripción profunda de este fenómeno natural. A nivel de atracción física-corporal, es el sistema reticular el que activa la bioenergía del cuerpo (mariposas en el estómago, sudoración elevada, palpitaciones). Al sistema límbico les corresponden las emociones y las sensaciones implicadas (atracción física, señales). En la bioquímica es el cerebro – neocortex – de la persona que ama, el que segrega dopamina e interpreta la experiencia³.

Los seres humanos para sobrevivir necesitan sentirse amados y aceptados. De esta posibilidad depende no sólo la vida, sino también la realización personal. La ausencia de amor nos pone en riesgo. Cuando una persona siente que no es amada se siente desprotegida e insegura, aunque aparentemente no existan peligros tangibles. Los procesos internos se desenvuelven naturalmente y toman su tiempo. Por consiguiente, los mecanismos de protección se activan: el organismo está alerta y emplea toda su energía para la defensa. Al producir drogas -opioides endógenos- sobrelleva el conflicto emocional o la crisis existencial provocada por la carencia emocional. Los neuroquímicos actúan como analgésicos, al disminuir el dolor e integrar la experiencia de desamor, lo que en cierto sentido equilibra al organismo.

Hay suficientes testimonios de niños en orfelinatos que confirman el hecho de que la alta de amor incide negativamente en el organismo de una persona causándole enfermedades psicosomáticas (el asma, sinusitis, enfermedades respiratorias y un sistema inmunológico débil principalmente). De hecho es muy común escuchar que la falta de amor podría ser comparada a la falta de oxigeno -anoxia- que el organismo experimenta como falta de aire a nivel fisiológico.4

En el caso de que una persona no se sienta amada se auto consume (marasmo, que es una enfermedad que ataca directamente al sistema inmunológico, que es la casa de las emociones). Una persona que no percibe amor sufre. Entonces busca estrategias para compensar estas carencias, para lo que el organismo dedica gran parte de su energía para suplir esta necesidad emocional.

Una vez que las necesidades de sobrevivencia están cubiertas, podemos ampliar nuestros horizontes y tener amor para sí, en primer lugar. Solo amándonos primero a nosotros mismos, podremos dar amor a otra persona. A amar aprendemos amando. Cuando tenemos cubierta nuestra dosis de amor, sentimos un estado de armonía interior, que nos facilita a tomar consciencia de nuestro estado vital. El siguiente paso tiene que ver con tomar contacto con nuestro plan interno, para identificar nuestras motivaciones, sueños y aspiraciones, que son los insumos para la realización personal.

Las personas conectan las propias emociones con las de los demás cuando sienten una resonancia mutua. De esta forma se accede al campo vibratorio a través de la producción de las hormonas: oxitocina y la vasopresina. En este sentido practicar la empatía ayuda para que nuestro corazón sienta coherencia con la información de nuestro cerebro.

La química del amor

Cuando ocurre el sentimiento de amor, se desencadenan una serie de complejas reacciones químicas que se activan en los diferentes niveles del organismo. En estado de amor, “ nuestro cerebro aprende a segregar por sí mismo una gran cantidad de  sustancias, que producen un estado de éxtasis agudo, que llega de repente”.5

En la descripción anterior podemos apreciar que el organismo de la persona actúa integralmente, aunque a veces no tengamos consciencia de lo que ocurre en cada área, momento y contexto. Cuando se estudia a profundidad la química de las emociones, se identifican las áreas de nuestra estructura neuronal que están comprometidas y los neuroquímicos que se producen. Es evidente que la vivencia del enamoramiento es integral e intensa.

Las investigaciones demuestran que las sustancias son: la oxitocina, la serotonina y la dopamina, elementos que están presentes en nuestra química, cuando estamos en estado de amor y, definitivamente, cuando la persona a la que queremos está presente, se manifiesta como “un mariposeo” en el abdomen o un estado de nerviosismo (palpitaciones y sudor) y conmoción. Además funciona como recompensa para aliviar el dolor, que el rechazo o no aceptación nos deja. En esos momentos no somos capaces de estar bien. La vida es sabía, dotando al organismo de mecanismos auto reguladores -homeóstasis-, que nos permiten equilibrar las emociones para volver a estar disponibles.

También se conoce que con cada latido el corazón genera ondas electromagnéticas. Cuando éstas siguen un patrón ordenado, frecuente y secuencial, el corazón está en coherencia.

Cuando una persona vive un susto – un perro que le ataca, por ejemplo – el cuerpo activa sus mecanismos autoreguladores – el llanto por el susto – a través del proceso de homeóstasis, convirtiendo una experiencia negativa en una experiencia coherente. Al transmitir emociones coherentes , las áreas del cuerpo que son implicadas mantienen la coherencia. Fuente: Instituto HeartMath.6

Cuando el amor se vuelve tangible

Definitivamente las expresiones corporales son señales claras de nuestras emociones y sentimientos. No cabe duda que muchos de nosotros intuimos lo que las otras personas sienten hacia nosotros. Cuando nos dirigimos hacia ellas con solo una mirada, porque ésta nos trasmite su corazonar. Son sus gestos, sus sonrisas, su expresión corporal, los indicadores de aceptación o rechazo. ¿Cuántas veces nos hemos sentido ofendidos, cuando alguien se dirigió a nosotros sin mirarnos o, cuando queríamos brindar una caricia que la esquivaron?¿Cuántas veces estuvimos conmovidos con una mirada de amor que jamás se olvida? Estas señales sencillamente nutren y definen el campo de las relaciones sociales.

El proceso evolutivo del ser humano en los diferentes momentos de su historia confirma que el amor es contacto físico – piel con piel; es en el contacto y en el juego sensual de las primeras etapas infantiles que se va teniendo la experiencia de amar. Por consiguiente, el amor se convierte en algo palpable, tangible y concreto, que se puede tocar para acariciar y sentir. Es energía pura.

Al no recibir y tampoco dar amor nos sentimos frustrados, tenemos malestar, porque sintiendo esta energía no conseguimos fluir.
También nos ha pasado que, si en un determinado momento nos atascamos o bloqueamos- hasta pudiera ser un acto involuntario -, la otra persona no lo comprenda en el momento y se ofenda, al tener la expectativa de recibir expresiones de amor. Entonces, ya que el amor es una realidad emocional que se siente en el cuerpo, (Humberto Maturana la describe como una disposición corporal), es una vivencia concreta. No es un concepto, una idea, una palabra bonita; se siente y se expresa. A amar se aprende amando.

En lo cotidiano, nuestros seres más próximos comprueban y confirman cuándo les amamos y cuándo no, a través del meta lenguaje: disposición corporal, miradas, abrazos y principalmente el interés que ponemos cuando nos cuenta lo que le pasa y siente. Además lo experimentan en sus cuerpos como aceptación o rechazo.

Aquí algunos indicadores que muestran que intentamos amar sin condiciones: la disponibilidad emocional y temporal por parte del adulto para establecer relaciones espontáneas, el respeto a los ritmos y experiencias de cada una las criaturas en sus diferentes etapas de desarrollo, la aceptación a las expresiones emocionales de la criatura, sean estas adecuadas o inadecuadas, el respeto a la autonomía del niño o niña en todos sus niveles (cognitivo, emocional y social), crear condiciones favorables para la interacción social – proporcionar ambientes seguros y confiables; por último, comunicación clara sobre los límites y acuerdos de convivencia -evitando dar largas explicaciones y justificaciones que permitan proteger la integridad física y emocional. Estas son señales claras que se aproximan a aceptar a la otra persona tal como es, si las ponemos en práctica en la convivencia.

Lo más claro en una relación no condicionada, es que el ser humano da amor aunque el otro no le pida, aunque no lo solicite, pero haciéndolo con mucha cautela. Es importante tomar en cuenta las señales cuando nos acercamos, para respetar las membranas individuales, el espacio personal y especialmente los limites de cada uno. Por lo tanto, nuestro acompañamiento es auténtico cuando es con una presencia consciente, con naturalidad, autenticidad y transparencia; para cuando haya una disponibilidad mutua, que también permita no interferirnos mutuamente. Sin lugar a dudas, en el mismo momento se crea un entorno social de armonía.

Si bien, en estos tiempos modernos, “por falta de tiempo”, tenemos un ritmo acelerado, que nos lleva a actuar rápido y en automático que nos impide sentir cómo está la persona que está a mi lado. Son sus ojos los indicadores de sus emociones. En la simplicidad de mirar con atención al otro reconoceremos qué quiere.

La gratuidad del amor es lo más parecido al amor sin condiciones.

En la cotidianidad, el amor sin condiciones debería parecerse a «un amor sin requisitos», que nos otorga la libertad para aceptar la situación del otro integralmente y para respetar el plan interno que contiene un potencial ilimitado asombroso. Dicho sea de paso, amar a la otra persona tal como es, sin pedir que haga algo a cambio. La posibilidad de amar con libertad.

Al estar el amor disponible en la convivencia en forma natural, espontánea y gratuita, el Amor debería estar, así como el aire, el sol o el agua, al alcance de todos, sin condición alguna. Para beber agua o respirar aire no tenemos que hacer algo especial, para que nos la den. Así el recibir Amor no debería estar condicionado a nuestro comportamiento, sea éste «bueno» o “malo».

Otro aspecto para amar sin condiciones

Como el ser humano siente la necesidad de sentirse amado, es importante que las personas tengan la experiencia de que se acepten mutuamente, para que no se repriman, peor que oculten sus emociones con el afán de agradar.

En términos generales un espacio social, a través de la modalidad y calidad de relación que elija para la convivencia, se convierte en el lugar de interacción social porque es allí que pertenecemos, que nos brinda la oportunidad para convivir. Es allí que todos juntos nos desarrollamos y transformamos de manera integral. Si las relaciones humanas están sostenidas por el amor – la aceptación a la otra persona tal como es en la convivencia-, podremos vivir una socialización auténtica, al sentirnos aceptados con nuestra propia manera de ser. Por eso, el amor es la fuerza que une a los miembros de una familia o de una comunidad. Es en lo cotidiano que todos nos nutrimos de esta energía motivadora.

En las relaciones sociales, el paradigma vigente es el patriarcal, cuyo eje son las relaciones jerárquicas; la competitividad es el eje principal en la relación humana y con esta condición se anula la posibilidad de cooperar mutuamente. Si consideramos que la calificación y la descalificación son la forma de medir o evaluar los resultados en el sistema convencional educativo, al ser su fuente las relaciones competitivas que establecemos entre las personas, surge la necesidad de aprobación, lo que de antemano impide que aceptemos cuando erramos.

Se desprende esa necesidad inconsciente de “aprobación”, como si esta fuese una señal de amor auténtico, sin darnos cuenta que estamos viviendo y reproduciendo un amor condicionado a los resultados, al buen comportamiento, a las expectativas de los adultos responsables de nuestro cuidado y desarrollo; a obtener únicamente éxitos, negándonos la posibilidad de equivocarnos. Consecuentemente prevalece el resultado al proceso.

Si amar es aceptación, su antítesis es la negación. Por consiguiente, según Humberto Maturana “la competencia es consecutivamente antisocial, porque como fenómeno consiste en la negación del otro. No existe sana competencia”. Si la aceptación acoge, la negación rechaza, lo niega por el deseo de posesión, de anular al otro y sus circunstancias, para sobresalir.

Un amor que no acepta nuestra realidad y que responde a las expectativas personales es un amor condicionado, me atrevo a decir que a pretexto del amor incondicional exigimos, presionamos y controlamos. Por lo tanto, la experiencia es de sufrimiento por los niveles de dependencia que mantenemos, también por el dolor que significa que no se cumplan las expectativas mutuas.

Un ejemplo que ilustra estas aproximaciones es la creencia de que tenemos que ser incondicional para el otro, pese a nuestra propia integridad y circunstancia. La premisas es que te tengo que querer, no te tengo que fallar. Otro condicionamiento frecuente es: “tienes que ser lo que yo no pude ser”. Es un buen momento para reformular el “tengo que” por “quiero”. “Tengo que amarte”, por “quiero amarte”.

Cuando se toma en cuenta al otro ser, con sus necesidades reales, sus circunstancias únicas, podremos aproximarnos a la experiencia del amor sin condiciones. Amar en libertad para que la guía interior se manifieste, para alcanzar un estado de armonía y plenitud.

Nov. 04 2018
Esperanza Chacón

¹ Arthur Janov, Biología del amor.
² Corazonar, en la cosmovisión de los indigenas de los Andes en América del Sur, significa emocionar, tener sentimientos con la otra persona.
³ Interpretación de la autora acerca de los estudios sobre neurología- Cerebro Trino Paul MacLean
4 Interpretación de la autora del libro La biología del amor de Arthur Janov
5 Publicación art. Tu corazón cambia tu cerebro, por el Dr. Tomás Alvaro, pp 56, publicado en mentesana.com.
6 Instituto Hearth Math sobre la coherencia cardiaca.

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